Las ciudades no han tenido gran presencia durante la Cumbre del Clima COP25
Las ciudades no han tenido gran presencia durante la Cumbre del Clima, COP25, que ha albergado Madrid durante las dos primeras semanas de diciembre, y eso que serán fundamentales para contribuir a la descarbonización de la economía a nivel mundial. En la actualidad, el 55% de la población mundial vive ya en las ciudades, según la ONU, y se espera que en 2050 alcance más del 70%.
Desde hace décadas el concepto de Smart Cities o ciudad inteligente se ha asociado al de la sostenibilidad porque a través de la tecnología y la innovación se quiere lograr un uso más eficaz de los recursos, contribuyendo al respeto medioambiental y mejorando la calidad de vida de los ciudadanos, además de fomentar una densidad y una movilidad sostenible.
A inicios del siglo XX se empezó a hablar de las ciudades inteligentes, concepto que ha ido cediendo protagonismo al de ciudades sostenibles y que, a la sazón, ha ido ganando influencia en la conversación mundial. Así, la ONU les dedicó en 2015 uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el ODS 11 ‘Ciudades y Comunidades Sostenibles’ para insistir en que las ciudades y los asentamientos humanos debieran ser inclusivos, seguros, cohesionados, resilientes y sostenibles, enfatizando en el respeto universal por los desafíos globales que nos marca la Agenda 2030.
Las ciudades están inmersas en una carrera con el objeto de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, su habitabilidad y la reducción de su huella medioambiental. Copenhague acaba de anunciar que quiere ser la primera ciudad del mundo neutra en emisiones de carbono en 2025 con un plan que incluye 100 medidas, y que persigue ser una ciudad verde, inteligente y con huella de carbono cero. Nueva York también ha lanzado un plan este año para reducir un 85% su contaminación ambiental en 2050, respecto a los niveles de 1990, y que el 70% de la energía provenga de fuentes renovables en 2030. Mientras que diferentes índices y estudios sitúan a Londres como la capital más inteligente del mundo, según IESE Cities in Motion Index, o la más sostenible para el Índice de Ciudades Sostenibles, elaborado por la consultora Arcadis.
El camino hacia una ciudad inteligente y sostenible pasa por optimizar diferentes áreas urbanas mediante las soluciones de movilidad, la gestión de los residuos, la neutralización del impacto medioambiental en las actividades cotidianas, el impulso de infraestructuras y edificios fabricados con materiales ecológicos conectados con la nube en aras de la eficiencia energética.
Muchas ciudades buscan un uso más inteligente de los recursos ya que supone un ahorro de costes y una reducción de la contaminación. De este modo, las soluciones móviles ya se aplican a cualquier ámbito en las zonas urbanas, desde la gestión del transporte (eficiencia en el transporte público, la gestión del tráfico, el desarrollo de la micromovilidad con bicicletas, motos o patinetes o el fomento del vehículo compartido), la gestión energética o de los residuos, y un nuevo vertical ya está tomando una relevancia inusitada, la gestión de impuestos (IVA), así como los trámites gubernamentales. Innovación y turismo
La ciudad inteligente necesita serlo en todos sus aspectos y por ello una matematización de la toma de decisiones, llamado popularmente Inteligencia Artificial (IA), es ya irrenunciable. Mucho más allá de los edificios inteligentes, que controlan de forma autónoma el aire, el agua o los accesos y gestionan la energía de manera eficiente, la IA conecta a las personas con las máquinas ayudando a recoger y analizar datos de todo tipo de movimientos y microprocesos, lo que permite predecir tendencias y adelantarse a posibles problemas, como la masificación de personas en determinadas zonas criticas de las ciudades. Así, la IA está muy unida al Internet de las Cosas (IoT) que facilita una comunicación en tiempo real entre diferentes sensores y que podría permitir, por ejemplo, marcos de actuación según la contaminación por ruido o del aire en zonas concretas y momentos específicos.
Un ejemplo claro puede ser el turismo, que ahora podemos manejar de forma más eficiente casando datos de aerolíneas, solicitudes de información en origen o predicción de consumo, sin ir más lejos.
Ante el reto de la transformación de las ciudades sostenibles e inteligentes, las empresas intensivas en tecnología como Woonivers, jugamos un papel crucial y no somos ajenas a este desafío. Tenemos que ser catalizadores y propulsores del cambio, impulsando soluciones digitales que trasciendan definitivamente los procesos burocráticos en las tiendas, en los hoteles, en los aeropuertos, etc. Para ello, necesitamos a las Administraciones Públicas para generar conjuntamente experiencias de usuario personalizadas, que derrochen la menor cantidad de recursos escasos (papel, tiempo, etc).
El turismo es un dinamizador de la economía y ha sido y es el sector que más riqueza aporta a la economía española, 176.000 millones de euros anuales durante 2018, que representan el 14,6% del PIB y que generan 2,8 millones de empleos, según la asociación empresarial World Travel & Tourism Council (WTTC). Por eso, es necesario que el turismo contribuya a la prosperidad de las ciudades sin ignorar que la tecnología es el gran aliado en la gestión, dentro y fuera de las tiendas, como es el caso del tax free, haciendo posible que los viajeros de compras disfruten de una buena experiencia de compras sin colas, sin tantos papeles de por medio, y con un mayor control del blanqueo de capitales, del fraude, etc, gracias a la “trazabilidad” de las soluciones tecnológicas digitales. En el siglo XXI el cliente, gracias a los teléfonos móviles, es el centro de todas las fases de la cadena de valor. Ni la tienda ni la fábrica pueden ya reemplazarle. Cualquier entorno regulatorio que no garantice esto, generará estancamiento y pauperización.
La sostenibilidad del planeta se juega en las ciudades, ya que en ellas se concentra el consumo y la población. El consumo define las sociedades y por ende, las ciudades. Las soluciones tecnológicas del siglo XXI, así como unas decisiones de consumo más maduras, lo harán posible.